Dejé de hablarme por un rato
Sin desconectar mi oído
Ni salir del templo del silencio,
Pues callado es como me escucho.
A las puertas del gran palacio,
Ajeno a todos mis sentidos,
Voy inerte a la deriva,
De la jornada a la cama.
Con ojos y sin ellos veo
La ambición abrir sus brazos
Y la muerte con gran sonrisa,
Sin prisa por su visita.
A las puertas del gran palacio,
En una mano el lamento,
En la otra, con más contento,
La llave del laberinto.
Y allá voy al interior,
Bígamo fiel a dos suertes,
Clavada una hondo en el pecho
Y la otra, más terca, es la mente.
Soy el toro legendario,
Vagabundo ante la esfinge,
El explorador sin mapa
Y un niño curioso y sin voz.
A las puertas del gran palacio
La muerte y la vida se unen,
Al fin siempre han sido amigas
Y me invitan a pasar.
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