Escribir y dibujar ha sido siempre la mejor forma de dar un orden a todas las ideas que revolotean dentro de mi cabeza sin decidirse a anidar.
miércoles, 9 de octubre de 2013
Dos doctoras
De pronto,
los reportes en los diarios nacionales comenzaron a mencionar con insistencia
el descubrimiento de dos científicas mexicanas, Sirenia Medina y Yolanda
Cástula, quienes aseguraban haber elaborado una fórmula de fácil aplicación que
serviría para identificar, en cualquier embarazo, al padre del menor. “Es como
si el feto hablara”, declaraba Medina. “Incluso el embrión puede decir quién es
su padre”, afirmaba Cástula.
Tras el
impacto de estos reportajes, la noticia pasó a la radio y a la televisión. En este
país una noticia no es creíble si no la pasan en un buen noticiero de radio y
televisión, es más: Hay gente que no cree ninguna noticia si no se la dicen en
su programa consentido de radio o de televisión. Pero una vez que esta novedad alcanzó
los noticieros de los horarios estelares, las mismas televisoras se encargaron
de lanzar una convocatoria para que todas las mujeres embarazadas que desearan
probar la efectividad de este nuevo método se inscribieran a un concurso, en el
que resultarían agraciadas cien de ellas con una prueba gratuita, sin ningún
requisito o condicionamiento.
Cuando
llegó el gran día comenzaron las sorpresas, al menos para las dos
investigadoras, pues descubrieron que había mayor interés en los hombres que en
las mujeres por conocer la efectividad del nuevo avance científico y
tecnológico.
La prueba
era, ciertamente, muy sencilla: Se inyectaba la sustancia creada por el dueto
Medina-Cástula a la mujer embarazada y al cabo de 5 minutos, más o menos,
brotaba en el lugar del piquete una pequeña bolita que las estudiosas
bautizaron como “la caja negra”. Ellas recogían estas bolitas, las etiquetaban
y las almacenaban para decodificarlas posteriormente, lo que no debía demorar
más de un día.
Los
resultados fueron sorprendentes, pues la caja, o más bien la bolita negra no
sólo decía quién era el padre mediante registros genéticos muy detallados, sino
que además daba datos precisos del lugar y momento exacto de la gestación, el
sexo del bebé y su estado general de salud; amén de que también proporcionaba
una reseña completa de la salud y el estilo de vida de la madre y el padre.
Alrededor
del 10% de las mujeres que participaron en la prueba quedaron satisfechas y se
fueron tranquilas y contentas con su pareja, a casita. Otro porcentaje similar
se alegró y preguntó si el resultado de la prueba tenía validez legal ante un
juicio; un 65% de las voluntarias pidió que se guardaran los resultados y se
clasificaran como confidenciales, aunque se sabe de algunos casos en que la información
trascendió y provocó pleitos encarnizados y uno que otro divorcio. El 15%
restante obtuvo ascensos importantes en sus respectivos lugares de trabajo, con
solo mostrar a sus superiores los resultados obtenidos en esta prueba.
El éxito
fue contundente, sin embargo, y para sorpresa de las dos científicas, a los
pocos días los hombres que supieron de los resultados de la prueba realizaron largas
marchas y escandalosas manifestaciones que convencieron a las autoridades de su
alto grado de peligrosidad y, en un rarísimo caso de empatía machista-social-institucional,
consiguieron rápidamente que los partidos políticos, las secretarías de salud,
educación, justicia, desarrollo social y protección del medio ambiente, así
como las organizaciones de derechos humanos y los grupos más radicales de
izquierdas y derechas, unieran sus esfuerzos en aras del bienestar común y
actuaran de inmediato con las dos investigadoras, tal como ellas se merecían.
Por medios
extraoficiales se supo que a las dos mujeres les consiguieron becas para
estudiar de por vida en unos cómodos claustros religiosos, por lo que ahora
deben ser unas eminencias en cuestiones teológicas, alejadas de la vida
material.
Y de la
fórmula secreta corre otro rumor, pues se dice que existe y está bien resguardada,
como el tesoro de Moctezuma, en algún lugar misterioso del que se espera no
vuelva a salir jamás, aunque también están los más maliciosos que afirman haber
visto datos del grandioso descubrimiento, clasificado ahora como “arma
biológica”, en los archivos secretos del Pentágono.
El único
que podía contar la verdad acerca de esta historia era el Director de la
Facultad de Medicina de la Universidad Nacional , quien patrocinó el proyecto
y apoyó todo el tiempo a las dos doctoras, pero nunca se le volvió a ver y hoy
solamente quedan algunas leyendas de su persona: Que el pobre fue encontrado
muerto pocos días después de la prueba porque falleció de cansancio; que se fue
a otro país para negociar una patente; que se retiró con una jugosa pensión
como recompensa por su cooperación; que ahora trabaja en el Pentágono, y muchas
otras más.
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