El Jojuan regresó tarde a su casa ese día,
la chamba había sido más, y más dura se le había hecho por la preocupación de
su jacal. Ahora ya está otra vez aquí,
saludando a sus vecinos de triste vecindad y llega a la puerta de su cuarto,
pero antes de entrar se detiene y observa otra vez las cuarteaduras en paredes
y pisos, y el techo abierto por donde puede asomarse la luna, el sol, el agua y
algún niño vago, cuando quiera. Allí
está la Moni ,
esperándolo como diario.
Ya cenaron Moni y Jojuan como todos a esa
hora en la vecindad lo hacen, y casi en todo México lo hicieron; entonces ella
inicia la lógica conversación...
-Oyes Jojuan, me’stuvo diciendo don Jacinto
que’l ya arregló su casa y que ‘bíamos de hacer lo mismo nosotros o de plano
salirnos de aquí...
El Jojuan se quedó viendo su taza de café
recién hechecito y antes de darle un sorbo volteó la vista al cielo a través de
su techo.
-¿Y tú qué piensas d’eso, Moni?
-Pos ya ni sé... ya ves: ya estamos en
octubre y el temblor fue hace ya diez meses... cualquier día de’stos se nos
viene el techo encima, yo crioque.
Jojuan vuelve a tomar un poco de café.
-No tenemos ‘onde ir, Moni, en Infonaví no
me quisieron dar la casa que pedí hace años, y con la feria que tenemos no reconstruimos
ni una barda de esta casa...
Esta vez es Moni la que guarda
silencio. Pudieron haber avisado que su
hogar se había dañado con el sismo, pero si los desalojaban... No, mejor seguir
así, a lo mejor más adelante ellos tendrán oportunidad de reparar su vivienda,
o salir de ahí con una certeza.
Pero el Jojuan ya no oyó nada.
No oyó su techo caer, ni escuchó el último grito de la Moni... ni siquiera. Sólo la gente que salió de los demás cuartos
para ver qué había sucedido oyó a don Jacinto diciendo: «Te lo dije, Moni...»